viernes, 28 de mayo de 2010

Acrósticos

Nada hay en el mundo de la literatura que me fascine más que los enigmáticos
acrósticos. Ya saben, esas composiciones en las que con la inicial de cada línea puede
verse un mensaje oculto. Quizá recuerden cómo don Fernando de Rojas nos dejó
escrito en forma acróstica su identificación como autor de su Celestina. Me resulta una
genial manera de incluir en un texto palabras que nadie sea capaz de leer, salvo
aquellos cuya retorcida mente les haga indagar en ciertos rincones de la obra donde
nadie más alcanza a vislumbrar. También es frecuente encontrar estos elementos en
determinados filmes en los que la pobre víctima debe pedir ayuda sin que se percate el
opresor de turno. Eso sí, es encomiable la capacidad del tenso secuestrado para lograr,
cuando su vida peligra, encadenar precisas palabras para poder transmitir el
mensaje
oculto a su ansiado salvador. Cosas del cine, mas admito que cuando comienzo una
novela o cualquier otro texo tengo la inevitable costumbre, por si acaso, de empezar
ojeando las iniciales de cada renglón. Pero olvidando las fantasías del séptimo arte, no
deja de ser un curioso divertimento
la intromisión de estas sutilezas. Así, les animo a
intentar pensar una breve frase y la forma más elegante y literaria de camuflarla en un
sencillo texto. Yo, por mi parte, invito a mis fieles lectores a leer verticalmente esta
escueta entrada, al menos las iniciales de cada línea, y verán cómo les estoy
obsequiando con el nombre de este modesto blog.



PD: Confío en que el experimento haya sido un éxito, al menos mi computadora así lo refleja. En cualquier caso, si por temas de la configuración de su ordenador, las frases se cortaran en lugares diferentes a donde yo pretendía, les pido perdón por los valiosos minutos robados y ruego no me lo tengan en cuenta.

domingo, 23 de mayo de 2010

Vertiginosa ciencia

“Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”, reza la divertida zarzuela La verbena de la paloma, y qué razón tenía. Y eso que estamos hablando de palabras escritas a finales del siglo diecinueve, es decir, hace más de cien años. Si tuviéramos que describir el avance de la ciencia a día de hoy nos faltaría vocablos para hacernos eco de la grandiosidad de dichas innovaciones. Y esto no cesa, seguro que nadie duda que dentro de un lustro nos dejarán con la boca abierta con asombrosas, impensables y espectaculares novedades. Nadie, como yo, nacido hace tres décadas pensó en su infancia que a través de un ordenador podría comunicarse con todo el planeta, o que podríamos hablar por teléfono con cualquiera sin estar apalancado al lado de nuestra toma de teléfono. Por no hablar de poder transportar discografías íntegras de nuestros ídolos musicales en envases de escasos centímetros, acostumbrados antaño a los engorrosos aunque entrañables vinilos.


¿Y cómo voy yo, hombre de ciencias donde los haya, a quejarme o a difamar acerca de estas maravillas de la tecnología? No vamos a negar que, como todo en esta vida, tienen su lado oscuro, su parte negativa cuando el uso que se hace de ellas no es el adecuado. En cualquier caso no es mi objetivo hoy entrar en el correcto o erróneo uso que se haga de estos avances. Mi queja va referida a la ausencia de inventos aún por inventar que se me antojan mucho más necesarios que muchos de los prescindibles aparatos actuales. Especialmente porque me cuesta creer que cabezas humanas tan fructíferas y prolíficas no orienten sus esfuerzos a causas más solidarias.


Dudo ser la única persona que esté convencida de que si se han podido crear máquinas tan extravagantes y asombrosas como las que vemos día sí, día también en la calle, se deberían haber fabricado, por ejemplo, medios de transporte con índices de contaminación nulos. Bien es verdad que cada cierto periodo de tiempo oímos hablar de coches eléctricos o que son capaces de llevarte de Valencia a Bilbao con medio litro de agua, pero la realidad es que tanto tu coche, amable lector, como el mío, no funcionan sin una generosa carga de combustibles siempre derivados del petróleo, y muy posiblemente los coches de tus hijos y los míos sigan el mismo mecanismo. También da que pensar que queden tantas importantes enfermedades sin que nadie haya logrado idear una vacuna efectiva ante ellas. Por no hablar de soluciones convincentes para los serios problemas que pueden tener personas con las más diversas discapacidades.


La respuesta a estas innumerables preguntas acerca del enfoque de los avances científicos la tiene, como siempre, el poderoso caballero don dinero. Por un lado, qué les voy a descubrir, las grandes empresas subvencionan los proyectos que a la postre conocen que todos los individuos empeñados en ir a la moda o en no ser menos que su vecino comprarán, usarán y recomendarán. Esos miles de euros que les pueda suponer la inversión para la nueva creación se transformarán en millones cuando el producto esté en todos los escaparates y la gente se pelee por tener el último modelo. Las ganancias serán descomunales, muy superiores a las que obtendrían financiando cualquier tipo de estudio sobre formas de mejorar nuestro medio ambiente o esas cosas tan bonitas para los cuentos infantiles pero tan poco productivas para ellas.


Pero aún hay más. En determinados casos es la poderosa empresa quien, después de que un científico loco se haya pasado media vida buscando soluciones contra el deterioro de nuestro entorno, se encargue de que ese proyecto no vea la luz, al menos de momento. O si no, díganme ustedes qué sería de las grandes empresas petroleras si de la noche a la mañana apareciera un nuevo modelo de automóvil que funcionara con agua del grifo. Tonto sería quien, por el mismo precio, se comprara un coche actual antes que este nuevo modelo, con el que ahorraríamos, a día de hoy, en el tiempo medio de vida de un vehículo, el importe necesario para comprar uno nuevo. Para evitar esto ya se encargan estas empresas de comprar los derechos de cada uno de estos proyectos. Mientras el petróleo no se extinga definitivamente, nunca verán la luz.


Por eso es mi firme deseo que la ciencia siga haciendo acto de presencia en nuestras vidas, siga dando pasos de gigante, pero que lo haga en todas sus direcciones, no solamente en aquellas aptas para el negocio. Porque, créanme, de buen seguro que con las grandes capacidades que han originado tal cantidad de inventos deberían aparecer otros tantos que este mundo necesita que salgan a relucir y no queden ocultos en las tenebrosas mazmorras de don dinero.